viernes, 11 de julio de 2008

PARASHA HASCHAVUA BAMIDVAR

BALAK 5768 Bemidvar - Números 22:2-5:9
12 de julio, 2008 – 9 de Tamuz, 5768
Por el Rabino Joshua Kullock Comunidad Hebrea de Guadalajara
Algunos personajes bíblicos son simplemente memorables. Aun cuando no necesariamente la Torá nos regale más que algunos capítulos con sus historias, estos hombres y mujeres logran trascender el texto que los origina para calar hondo en la memoria colectiva. Nóaj, por poner un ejemplo, no aparece más que en un par de capítulos del comienzo del Génesis, pero ¿qué niño no ha escuchado con ansia los relatos del diluvio, el arca y la paloma con la hoja de olivo en su pico?
Bilam, aquel hombre contratado por el Rey Balak, es uno de estos personajes memorables (aun cuando seguramente no sea tan conocido como Nóaj). Es memorable porque, por un lado, se eleva como primer testimonio de la universalidad de la profecía, no solo circunscrita al ámbito de lo judío, pero por el otro, Bilam es aquel hombre que, incluso cuando se jacta de platicar en todo momento con Ds, no es capaz de comunicarse con su propio burro, ni tampoco logra demasiados éxitos en su relación dialógica con el mismo Balak.
Más aún, el texto se construye de tal manera que uno puede encontrar subyacente una suerte de ironía profunda respecto de lo que significa ser un profeta, y de cómo era entendida la profecía tanto en tiempos bíblicos como a partir de la mirada rabínica posterior. Es decir, ¿qué clase de profeta es aquel que – parafraseando al Midrash Tanjuma (Parashat Balak, 1) – en lugar de invitar a las personas para que se arrepientan y hagan Teshuvá, se dedica a intentar maldecir a todo un pueblo? ¿Qué tipo de responsabilidad social tiene un profeta que percibe un sueldo y es contratado para un fin específico que nada tiene de noble?
Bilam, por tanto, nos ofrece el espacio idóneo para platicar sobre aquello que hace a la institución de la profecía de acuerdo a la Tradición de Israel, y en este caso, me gustaría hacerlo a partir del pensamiento de Maimónides. Para Maimónides, la profecía es quizá la institución más relevante en la estructura del judaísmo. De acuerdo a lo que nos enseña en la Guía de los Perplejos (básicamente en la Segunda Parte de la obra), profeta es aquel que logra ascender en la escalera de la perfección personal, tanto a nivel físico como a nivel moral e intelectual. Es a partir de un camino de perfeccionamiento continuo que se construye poco a poco, a través de la adquisición de hábitos que se vuelven virtudes, que cada ser humano puede lograr ascender y hacerse merecedor de la gracia de profetizar. Y hablo de gracia porque Maimónides sostenía que la profecía es un espacio de encuentro entre el hombre que asciende a partir del trabajo a conciencia por ser una mejor persona en todos los ámbitos y niveles, y Ds que desciende y emana parte de su ser en aquel que ha demostrado ser merecedor de dicha bendición. De esta manera, Maimónides democratiza la institución de la profecía y la hace accesible a todos los hombres de bien que estén dispuestos a dar lo mejor de sí para autorrealizarse.
En este contexto, vale entonces la pena subrayar que, para Maimónides, el prototipo de hombre ideal no es aquel que – aun habiéndose perfeccionado – se encierra en su torre de marfil, sino justamente aquel que, como Moshé, sabe volver de las cumbres más altas para ayudar a los demás a seguir elevándose. Parte indivisible del profeta es su involucramiento y preocupación por los destinos del pueblo. Porque, como muchos años después del Rambam supo decir Abraham Joshua Heschel, profeta es aquella persona que entiende que, aun si pocos son culpables de los desequilibrios que se suceden en nuestro mundo, todos somos responsables de que eso siga así y no cambie.

A diferencia de Bilam, quien nunca entendió verdaderamente las responsabilidades intrínsecas de ser un profeta, nosotros hoy día somos llamados a reflexionar sobre todo aquello que podemos hacer para acercarnos de alguna manera a ese estadio de perfeccionamiento moral e intelectual. Porque, y aquí Maimónides está ciertamente en lo correcto, cuando uno alcanza cierto nivel de aprehensión profunda de la realidad, entiende que muchos conflictos y litigios parten de la ignorancia, el conformismo o la mezquindad, y que la única forma de solucionarlos es dilucidando, entendiendo y diferenciando entre aquellas cosas por las cuales vale la pena vivir, y aquellas otras que solo generan discordias y rencores innecesarios. Ese tipo de existencia iluminada es lo que Maimónides definía como tiempos mesiánicos.
Quiera Ds que cada uno de nosotros pueda ofrendar de su ser para construir en nuestros días tiempos de redención, y que se cumplan entonces las palabras de Moshé quien, en su momento, dijo: Mi Iten Kol Am Ad-nai Nebi'im… "Ojalá y todo el pueblo de Ad-nai fuese profeta, poniendo entonces Ad-nai Su espíritu sobre ellos" (BeMidvar 11:29).
Shabat Shalom, Rabino Joshua Kullock
Unión de Congregaciones Judías de Latinoamérica y El Caribe

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