CRISIS Y PENSAMIENTO JUDÍO Jaime Barylko
Reseña realizada por Samuel Klurfan
Filosóficamente, el ser humano se dedica a pensar cuando la realidad que enfrenta lo apremia y castiga. El pueblo judío en su larga trayectoria histórica vivió y sufrió infinidad de veces esa triste y real circunstancia. Por ello es un pueblo que piensa y los pensamientos para muchos privilegiados se plasman en escritos que terminan en libros. Se lo llama el “Pueblo del libro”. Cuando los primeros antisemitas destruyen el Templo en Jerusalem (586 a.c.), al romper el arco solo encontraron “un libro”. El pueblo tuvo que exiliarse (Babilonia). Según A.B. Ioheshua (escritor contemporáneo) el exilio no fue impuesto sino voluntario y dice al respecto: la “gola” (exilio) esa una característica que nosotros mismos nos imponemos y lo confirma recordando que los primeros líderes y patriarcas se paseaban por la diáspora y no les molestaba vivir, aunque sea periódicamente, en la misma. Es una pauta de registro histórico: el judaísmo es de la diáspora y se formula una pregunta ya anticipada por antiguos estudiosos talmudistas “¿porqué la Torá fue dada precisamente fuera de la tierra de Israel, en Sinaí?” La respuesta vertida por algunos fue “para preservar su universalismo” y poder ser aprehendida y asimilada por cualquier nación. Lo trascendente para A.B.I. es que durante casi 2000 años la identidad nacional se mantuvo sin territorio propio y ello demuestra que el pueblo supera en mucho a la tierra. No niega que siempre se haya añorado la tierra de Israel en sus cánticos y plegarias, así como que esporádicamente hubieran surgido reducidos movimientos reivindicatorios. Hasta que surgió el sionismo que aparece en el escenario de la historia a fines del siglo XIX como un movimiento político rebelde y laico, que podrá merecer diversas interpretaciones ideológicas, según las creencias de cada uno, pero que en esencia está motorizada por dos objetivos básicos: creación de un Estado Independiente y fomentar la “Aliá” o regreso a la tierra de Israel. No obstante, al rastrear A.B.I. la condición histórica de los judíos, aparece siempre el factor diaspórico como voluntariamente imperativo, normativo, creativo. Si no ¿porqué no emigraron a Israel los judíos después de la Declaración Balfour en 1917, que abría las puertas del “Hogar Nacional”? ¿Porqué no ahora…? Hay un apego especial a la diáspora, contesta A.B.I. Lo peor del caso – y esto da origen a un conflicto neurótico - es que jamás se convalidó la diáspora como posibilidad definitiva para la existencia judía. Esta situación esquizoide tiene su origen, explica A.B.I., en la extraña doble condición del ser judaico: religión y nación, pues ambos tienen intereses distintos. Conflicto que se remonta bíblicamente a las rivalidades históricas entre el sacerdote y el rey, entre el rey y el profeta. Otro enfoque, según A.B.I., para explicar el apego a la diáspora, lo encuentra en la herencia de pertenecer a un “pueblo elegido” y por lo tanto, distinto, cosa que la considera absurda y enfermiza. Según él, la terapia, el saneamiento, podría ser el sionismo. El sionismo aparece en el escenario de la historia, repetimos, como un movimiento político, rebelde y laico. Considera que no es en sí mismo una ideología sino una identificación nacional, parte de una identidad y define a un sionista como “el hombre que reconoce el principio según el cual el Estado de Israel no pertenece solo a sus ciudadanos sino a todo el pueblo judío”. Una vez establecido el Estado de Israel, queda por resolver el tema religioso; A.B.I. podrá no serlo pero es incapaz de evadir la existencia de la religión como columna primordial del ser del judaísmo. Donde es categórico Ioheshua es al considerar al judío israelí como paradigma del Judío Total, al margen del tipo de sociedad que identifique al Estado. Otros, en cambio, consideran que la diáspora con toda su angustia y neurosis, representa un factor de preservación para el propio Israel y el sionismo. La diáspora es inquietud, explica Georges Friedman, y la inquietud es la esencia de la existencia judía en todos los tiempos. Por eso conviene que sobreviva, protegiéndola, para permitirle la gestación de rebeldía y creatividad que la ha caracterizado a través de su historia. Otro escritor, Alain Finkielkaut, en su libro “El judío imaginario”, define al judío de la diáspora, que no ha sufrido el efecto del Holocausto, como “deficitario”. El calvario sufrido por “su pueblo” le confería un prestigio que servía como remedio contra la angustia. Otros habían sufrido y el recogía todo el beneficio como descendiente. Son vacíos, y puesto que están vacíos, les basta con el orgullo de su ascendencia. No son religiosos, en su mayoría, y aunque dicen amar la cultura judía, solo poseen de ella unas pobres reliquias. Confiesa: “La judeidad es lo que me falta y no lo que me define”. ¿Qué es lo que nos falta? Considera que con el Holocausto se perdió el judaísmo clásico, el de antes. Lo propio, lo específico, lo real. Lo demás es “imaginario”, es decir que no es. La “falta de judaísmo” significa que carecemos de marcos de identificación. La llamada “identidad” flota en la estratosfera de charlas de café, agrega Barylko, practicando los comentarios de turno sobre el Oriente Medio. En resumen la inquietud diaspórica produce judíos ¡pero no judaísmo! La dicotomía que plantea la cuestión Israel-Diáspora sigue latente en el texto. Barylko acude a diversas opiniones.
Aparece otro israelí polémico: I. Harkavi, que previamente, en una fuerte actitud de revisionismo histórico, se esmera en desmitificar la heroicidad del episodio de Bar Kojva en su lucha contra los romanos (año 130) por sus consecuencias negativas (muerte de miles, la pérdida de la autonomía nacional y el consiguiente exilio definitivo). Considera que sobrevivimos como pueblo a la diáspora y a los judíos que no se plegaron a la rebelión. Analiza que el barkojvismo se repite en nuestros días con la base de un sionismo amparado en un estado fuerte y autónomo manejado por activistas de partidos políticos que no debieran ignorar la persistencia de la influencia de otras naciones y nuestra dependencia de ellas … que es una forma de esclavitud. Harkavi no se conforma con un sionismo meramente político y aspira a un positivo perfeccionamiento ético. Quiere un “sionismo al servicio de” Otro escritos, Mouki Tzur, hombre de Kibutz, plantea que no es posible que la identidad de un israelí sea distinta que la de un judío de la diáspora, si bien reconoce que el israelí experimenta que es responsable sin elección, mientras que el diaspórico elige su responsabilidad. Desde este ángulo, el sionismo es visto como la dialéctica que une ambos polos, aspirando a la armonización de ambos conceptos. Aparece Izjar Smilansky, escritor israelí, polémico por sus narraciones que enmarcan el problema árabe-israelí en un marco humanista y centra su enfoque en dos aspectos de inspiración bíblica: creatividad y responsabilidad . La primera nos hace hombres, la segunda humanos. Hay responsabilidad en cuanto considero que debo hacer algo (creatividad) y hacerme cargo de ello. Solo es responsable aquel que, frente a las carencias del mundo, se compromete a hacer algo para atenuarlas. El sionismo, en cierta forma lleva a cabo esa práctica, y aquí empalma con el pensamiento de A. B. Iehoshua. Izar se confiesa no ser religioso, mas practica un laicismo auténtico, pleno de fe como un ideal, un deber ser, en su lucha por los derechos humanos del pueblo palestino, como sujeto a una corriente mesiánica. Barylko, después de analizar en un capítulo las características del eterno debate, religiosidad versus laicismo, llega a que: “puede haber un laicismo pleno de religiosidad y puede haber una religión fría, sin alma”. Uno no siempre es lo que dice que uno es. Discutimos creencias como si fueran verdades. Considera que el drama del sionismo - del judío actual - consiste en que nació como un movimiento de superación más que de liberación y justamente en la tierra de sus patriarcas, en su hogar, lo acorralan guerras, masacres, odios, brutalidades. La confrontación entre sueños y realidades da lugar al drama, al interrogante “porqué y para qué”. Quiérase o no, la condición judía es reflejo de la condición del hombre contemporáneo en su incertidumbre e inseguridad. Dedica un capítulo a “los judíos y el judaísmo”, analizando criterios y opiniones desde Hertzl hasta los escritores contemporáneos partiendo de una premisa básica: “cómo ser judío no solamente en días de fiesta”. Están los que estudian variantes al sionismo original e idealista; los que defienden el criterio diaspórico y los que vaticinan su desaparición por asimilación; los que defienden la extraterritorialidad judaica con sentido universalista y los que sostienen el fracaso de la fraternidad universal, a partir del proceso de emancipación humanista que nació con la Revolución francesa. Prosigue Barylco su libro con un capítulo dedicado a analizar “la mirada exterior” y se nutre de Sartre y sus “Reflexiones sobre la cuestión judía”. A este autor en su lucha humanista contra toda forma de “anti” no le preocupan los judíos sino el antisemitismo. Considera que en el antisemita hay una predisposición tal, que si no existiera el judío lo inventaría. Vale decir: los judíos son el pretexto para canalizar una postura frente al mundo y el sentido de existencia con un criterio sectario e irracional. Teme a la soledad, por eso el antisemitismo es un fenómeno de masas. En el odio encuentra un mecanismo de defensa a su mediocre estructura mental y gracias al judío – objeto de odio – se vuelve un patriota nacionalista que, sin mayor reflexión, atribuye a los judíos todos los males y da plena justificación a las represalias que se armen en contra de ellos. Sartre previene contra los “amigos” que consideran que todos los hombres son iguales, por cuanto hay una raíz antisemita en la medida que solo quiere ver al hombre y es hostil al judío en cuanto se le ocurra pensarse judío. Es decir, el liberal cree en la fraternidad e igualdad para todos los hombres, pero los judíos deben abandonar su judaísmo. Ello se pone de manifiesto con toda fuerza en el problema de la asimilación judía en Francia, donde el propio Sastre entra en ese terreno al atribuir a la raza judía caracteres étnicos que los distinguen de otros hombres. Resumiendo, cuando los antisemitas los atacan, los hacen ser judíos; cuando el demócrata lo defiende, le recuerda su judaísmo. Para bien o para mal, siempre lo hacen ser judío. Podrá tener todo lo que la realidad, en su asimilación le ofrece y permite, pero seguirá siendo ajeno. Esta situación da lugar a un complejo de culpa que lo motivará a demostrar que es más humano y patriota que los demás. Todo inútil, pues siempre le recordarán su condición de judío. El propio humanista Sartre cae en la trampa de un esquema antisemita, al atribuir al judío inteligencia y racionalidad innatas, negándoles aspectos espirituales a los que no podrán ingresar jamás. Finaliza Sartre diciendo que la mejor manera que tiene el judío de probarse de ser francés, es de afirmarse como judío francés. Barilko dedica un extenso capítulo al tema de la tradición y su continuidad, analizando en profundidad conceptos del escritor israelí Nathan Rotenstreich sobre el mismo. Desde la época que Moisés recibió la “Tora” y se fue trasmitiendo de generación en generación, se ha ido construyendo una identidad histórica que constituye, en una concepción ya modernista, lo que llamamos Tradición. En la antigüedad privaba el sentimiento de identificación, con una fe indubitable, que era la columna vertebral de la existencia judía. En el hombre moderno toma primacía, desde Descartes en adelante, la razón para enfrentar cualquier enfoque de la realidad; y la tradición, cuya médula es a-racional, de pronto se presenta ante el tribunal de la razón, dando lugar a una crisis y la identidad inter-generacional se fractura. El tema, nada simple, da lugar a variados enfoques, tanto en su aspecto religioso como en el laico. Se escribe sobre su permanencia y/o cambio, sin descuidar la conciencia histórica. Se analiza la crisis de una fragmentación y las posibles maneras de continuidad. Debaten el tema, tanto las corrientes ortodoxas, como nuevas corrientes religiosas, o nuevas tendencias, sin descuidar la racionalidad y el particularismo judío. A su vez, está presente el eterno debate ciencia versus fe. Para finalizar, ya en palabras de Barylko, se arriba a que “la tradición tiene sentido porque tiene utilidad. Completa a la ciencia. La ciencia dice que es el mundo, la tradición enseña qué hay que hacer con el mundo”. Esta breve reseña de este tema – el de la tradición – amerita la importancia de leer y releer esta capítulo, pues pone de relieve las características de la crisis que vive el judaísmo contemporáneo En el siguiente capítulo se aborda “la soledad judía”, que ya queda anticipada en la Biblia según NÚMEROS XXIII, 9 con la frase: “He aquí un pueblo que reside solo entre los pueblos”. La historia ha corroborado esta definición, pues los judíos la eligieron y los no judíos la decretaron. En un enfoque que hace el escritor Eliézer Schveid se verá “La soledad del judío frente… al judaísmo”. Evidentemente se refiere al judío contemporáneo, que sin ser religioso, aún actuando dentro de un marco comunitario, no encuentra una expresión para su totalidad judaica. Vive la soledad que se da por cierta ruptura con el pasado – tradición y a la vez con el presente por la fragmentación entre individuos. Quiere tener fe pero no puede tenerla. Esto es soledad. La tradición queda en suspenso y el “pienso por lo tanto existo” cartesiano se hace carne automáticamente. La deducción es simple: La fe se comparte; el pensamiento se trasmite; en consecuencia cuando se cuestiona por su identidad, está a solas, des-ligado in-dependiente. La legislación de Moisés es terminante. No enseña a pensar; educa para la vida y sostiene: “El pueblo de Israel no es pueblo sino en la TORA”. El individuo soledoso tendrá su propia historia pero carece de sentido histórico si no lo absorbe del pueblo – sujeto – de la historia. A continuación interpreta el verdadero significado de “Pueblo elegido”, concepto tan mal entendido por propios y extraños. Ser elegido no es un privilegio, sino la elección de un compromiso que ha de cumplirse. Cita al profeta Amos, cuando en nombre de Dios dice: “Solamente a vosotros elegí de todas las familias de la tierra… por eso castigaré a vosotros por todos vuestros pecados” (Amos, III, 2). El pueblo judío, en fin, está supeditado a una condición. “Existencia condicionada” Si el judío no elige su judaísmo identificándose con su pueblo en forma positiva y activa, si no él, serán sus hijos los que un buen día se encontrarán afuera. Esta historia comienza cuando el hebreo sale a la libertad (esclavitud en Egipto) y deberá enfrentar su futuro libre con la debida responsabilidad. De ahí que en muchas de sus oraciones, se recuerde y mencione la salida de Egipto, como si él mismo la estuviera viviendo. Para terminar este capítulo, Barylko reconoce como fuente básica del judaísmo a la TORA, con la cual, fundamentalmente, hay una relación de Fe. El capítulo siguiente lo dedica a analizar el pensamiento de un judío ortodoxo, Isaías Leibovich quien, apoyado en Maimónides, sostiene que solo la escala de amor es la religiosa. Es ortodoxo, pero su religión ataca a todos los afiliados a partidos religiosos y nadie piensa como él. No acepta – y esta es su revolución – los intentos lucubrativos de las últimas generaciones, que buscan traducir al judaísmo a una “concepción del mundo” o “ética”. Sostiene: “Aprendimos, pues, que no son ideas y creencias las que determinaron la identidad del judaísmo, sino la acción religiosa que dio lugar a su continuidad. Lo permanente en el judaísmo son los preceptos y su fuente la “HALAJA”. La reglamentación minuciosa y detallista de los preceptos que constituye la Halaja arranca del TALMUD que profundiza e interpreta los textos bíblicos. Los argumentos con los que defiende su creencia, son de una lógica poco rebatible. No obstante, si aceptamos, al modo de Leibovich, que el judaísmo auténtico es el religioso, ¿cómo puede darse en nuestro mundo? El autor cree firmemente que las soluciones han de ser extraídas de las fuentes de la Halaja, tanto par la conducta religiosa del pueblo como para las relaciones del Estado con la religión. En cuanto a la relación o confrontación con el cristianismo, hay ciertas corrientes ecuménicas que pretenden salvar abismos seculares y señalar a toda costa ciertas raíces comunes. Leibovich es terminante: “El cristianismo no reconoce ni reconocerá al judaísmo, no porque lo niegue, sino porque sostiene que él es el judaísmo”, esto es, heredero del antiguo judaísmo, sin tener presente que “el heredero no tiene derecho a la herencia, si el que la transmite aún vive”. En cuanto al controvertido tema entre la Fe, Religión y Ciencia, las coordenadas del enfoque de Leibovich radican en la distinción entre el Teocentrismo judío (cumplimiento de los preceptos ordenados por Dios) y el Antropocentrismo religioso cristiano (Dios en Jesús y Jesús en la humanidad para redimir al hombre), el mismo antropocentrismo que está presente y es la fuente de la Ciencia. Considera el autor (I.L.) que es ridículo tratar de explicar “racionalmente” el sentido de los preceptos judaicos. Barylko analiza algunos de ellos (el Shabat, el Pesaj, etc.) y encuentra que dentro de la prosa que los identifica, brotan flores de poesía. Hace mención del misticismo religioso que imperaba entre los estudiosos de la Biblia que dedicaban toda su vida a la interpretación de la misma, al igual que posteriormente sucedería con los cabalistas. La evolución histórica da lugar al mundo del Talmud, que lega tres tipos humanos que serán modelos para el judaísmo: a) el sabio (talid jajam); b) el justo (tzadik); c) el piadoso (jazid)
El último capítulo trata sobre “El sentido de la existencia” y por razones de espacio seré muy breve: A partir de Descartes, siglo XVII, los nacidos en la última centuria, estamos arrojados (Sartre) al “pensamiento – duda”. Existimos con verdades, pero vivimos de valores. Según muchos, la cobertura de nuestro Mundo – Hogar, la basan en el regreso a Dios. Dentro de esa concepción transcribiremos opiniones de un famoso ortodoxo-cabalista el Rabino Abraham Itzjak Kuk, conocido como “RAV-KUK”, personaje involucrado en pleno torrente de la historia universal y judía. Sostiene que la nuestra es una generación contradictoria que está necesitada de comprensión y ayuda. Confirma fuertemente la santidad sin dejar de afirmar a la vida en todos sus aspectos terrenales, aún en lo profano. Apoya el sionismo, por considerarlo la única posibilidad de lograr la continuidad en el judaísmo. Lo considera el primer eslabón del retorno a la plena identidad. Pregona contra los dogmas cerrados de los preceptos y lucha por esclarecer el sentido y la poesía de los contenidos de la ley: lo que no se entienda no tendrá significado y subsistencia. El pasado da razón a Leibovich. El presente a Rav-Kuk, para lo cual se deberá profundizar en los “secretos de la Tora”. “La fe que no recibe el apoyo del intelecto concluye por enardecer al hombre. La ciencia que Rav-Kuk con sus estudios ofrece a sus contemporáneos es ciencia, si, pero de fe y su objetivo, un saber para recuperar la armonía en función del bien y la paz. Lucha por un rehacer en hebreo. Teshuva = retorno, que para él sería “el salto metafísico de lo profano a lo sagrado. Para finalizar expresa que “la diferencia entre Israel y otros pueblos, consiste en que la finalidad de estos es el desarrollo de sus propias potencialidades, mientras que la finalidad de Israel es la reparación y perfeccionamiento de la existencia en general y cuidar el camino de Dios, en pos del Bien y la Justicia.
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viernes, 11 de julio de 2008
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