viernes, 11 de julio de 2008

Sobre el teatro judío en Rusia

Sobre el teatro judío en Rusia
Por Ernesto Schoo

"¿Y este goy va a crear un teatro judío?", parece que fue el indignado comentario de un intelectual de ese credo cuando, en 1918, se anunció en Petrogrado (San Petersburgo) que Alexei Granovsky (que no era judío, no hablaba idish y se había formado en Alemania como discípulo de Max Reinhardt) había fundado el que se conocería como Teatro Idish de Moscú. En el programa del primer espectáculo, en 1919, Granovsky escribió: "Lo único que nos diferencia del teatro del resto del mundo es el idioma". La historia de esa singular compañía, más conocida como Goset, es narrada por Benjamín Harshav en un libro que acaba de aparecer en Gran Bretaña, The Moscow Yiddish Theatre (Yale University Press, 199 páginas, 45 dólares, o 30 libras) y que Samantha Ellis comenta en la edición de The Times Literary Supplemen t del reciente 6 de junio. Según esa reseña, Harshav hace aparecer a la nueva compañía de la nada, cuando, de acuerdo a un dicho popular, los judíos "comen su pan untado con teatro", y hacia 1918 el teatro idish en Rusia ya se había despegado del melodrama populista y aspiraba a temas más profundos. La señora Ellis afirma que "es una pintura, asombrosamente vívida, de cómo una compañía encuentra su camino".
Granovsky empezó por reclutar actores de menos de veintisiete años de edad (él tenía veintiocho). Los entrenó desde el vamos en las técnicas más vanguardistas y menos realistas, pidiendo prestado a Reinhardt y a Meyerhold y estudiando idish: literatura, folklore, canciones. En 1920 se mudaron a Moscú. Fue la primera época después de la revolución de 1917: una febril creatividad en todas las disciplinas artísticas y culturales, pese a las penosas circunstancias cotidianas. En plástica, música, teatro, cine, literatura, danza, soplaban no vientos sino huracanes renovadores, que dejaron huella en todo el mundo durante el resto del siglo XX, pero que Stalin aplastaría en su país, en aras del famoso "realismo socialista". En aquellos momentos de euforia, el gobierno dio a Granovsky una vieja mansión confiscada, donde éste instaló a su gente y llamó a Marc Chagall para decorarla.
Chagall era "emotivo, infantil, delirante", en tanto Granovsky era "racional, europeizado, formado en Alemania, mayormente silencioso, preciso y disciplinado". El choque no tardó en producirse. La colectividad judía asistió en masa al estreno de Una velada con Sholem Aleijen , "en busca de una identidad más fuerte que la nostalgia". Chagall no guardaba en ese momento buen recuerdo de su aldea natal, ni le gustaban "esos tipos de las ciudades pequeñas que leían a Sholem Aleijen sólo para reírse todo el tiempo". Y el joven pintor, que reclamaba grandes superficies para volcar su arte, las encontró en el teatro de Granovsky: "¡Abajo el viejo teatro que huele a ajo y a sudor! -escribió- ¡Y me precipité sobre las paredes!"
Chagall se puso a pintar sobre enormes telas con las que cubrió cuanta superficie libre encontró. Trabajó en aislamiento total: no recibía visitas y le pasaban la comida por un agujero en la puerta. Los murales resultantes fueron "vastos, irreprimibles, tragicómicos, carnavalescos". E indigestos para el público de esa noche, que se encontró con una vaca verde lanzada al espacio, llevando en su lomo a un clérigo judío con sus filacterias y haciendo la vertical, un acróbata que tocaba un violín roto y un hombre que cabalgaba en un gallo, con un pez en la boca. Lo peor fue que no había manera de pararlo a Chagall, quien seguía pintando las paredes y pájaros y animales sobre las ropas de los actores, que debieron ser literalmente arrancados de sus manos: el público ya entraba y se sentaba en las sillas, mientras el pintor protestaba porque esa gente impedía ver la totalidad de sus murales. Harto de pelearse con Stalin y para salvar el pellejo, durante una gira, en 1928, Granovsky se quedó en Europa occidental. Lo reemplazó Solomon Mikhoels, quien se sometió a los caprichos del dictador hasta que éste lo hizo fusilar, en 1948, y clausuró el Goset. Alguien desmontó las pinturas de Chagall y las guardó: en 1998 se exhibieron en la Royal Academy londinense, y hoy ilustran el libro de Harshav.
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