jueves, 31 de julio de 2008

OTRA OPORTUNIDAD MARCOS AGUINIS

Otra oportunidad
Por Marcos Aguinis
Para LA NACION

La Argentina, entre sus maravillas, cuenta con el hecho de que aquí nadie se aburre. Se suceden las desgracias, asustan los nubarrones, crece la inseguridad y se acaloran las angustias. Nunca faltan problemas, reales o inventados, grandes o chicos. Los habitantes padecen una perpetua taquicardia. No queda espacio para el aburrimiento. Eso no. Es un ?atroz encanto? imposible de ocultar.

Durante casi cuatro meses nos agitamos en torno de un conflicto que se pudo haber resuelto en pocas semanas. Pero parecemos condenados a seguir los letales libretos de un destino feroz, sin capacidad para evitarlo. Se les hizo un enorme daño al país y a sus habitantes, a la productividad y a la seguridad jurídica. Participaron factores diversos que son un manantial inagotable para especulaciones coloridas, superficiales y profundas, lógicas o tiradas de los pelos. Lo cierto es que la pulseada desgarró a la sociedad y mostró la anemia de nuestras instituciones. Produjo un acelerado retroceso, con la exhumación de palabras, consignas, amenazas y recursos que parecían disueltos en el sepulcro de la historia. Nos hizo saltar hacia el pasado. A producir confrontaciones de alto riesgo. A perder lo ganado en forma ardua desde la última crisis económica, política y social.

Las concentraciones callejeras conformaron una competencia propia de otros tiempos, cuando las masas eran el motivo de idealización y manipulación totalitaria. Usadas para reemplazar a las instituciones, para encandilar al opositor, para acallar el disenso. Ya no ocurren en las democracias maduras. No es concebible ni siquiera entre nuestros vecinos. Ni Lula ni Bachelet ni Tabaré Vázquez pedirían concentraciones frente a la Casa de Gobierno o el Congreso para demostrar su razón, mediante la exhibición de una fuerza multitudinaria pero ilusoria, porque nunca equivale a los millones que ponen su boleta en las urnas. Es un seudoplebiscito. Además, falseado, porque se insta a las personas a que pongan su cuerpo a cambio de dinero. ¿Cómo podemos llamarlo? Tiene nombre, por supuesto. Es un nombre que causa horror: ?prostitución cívica?. Escarnece a los ciudadanos. Dos hombres murieron.

No son buenas esas manifestaciones. Pecan de arcaicas, impredecibles y riesgosas. Y expresan algo grave: la carencia de una genuina representatividad. La Argentina dejó de ser una república representativa cuando, en 2006, el Congreso confirió poderes extraordinarios al Ejecutivo, vaciando sus tareas mediante una flagrante violación de la Constitución Nacional. Si no se hubiera cometido esa traición a la explícita prohibición constitucional de conferir esos poderes, no habría existido la resolución 125, ni la Argentina habría sangrado en una lucha estéril que produjo rencor, agravios, muertes, sacrificios y una caída vertiginosa de la imagen que desearíamos que tuviese la Presidenta de los argentinos.

Esta agitación ocurre en medio de una oportunidad extraordinaria que tiene el país para encarar un crecimiento firme. La estamos perdiendo. Nos distraemos con peleas de gallinero. Prevalece una ceguera increíble respecto de las medidas que se deben adoptar para ponerse en el tren del progreso. No un tren bala, sino un tren productivo. Sensato, racional, consensuado, motivante.

El Senado de la Nación, donde hay nombres que recién ahora son reconocidos en sus respectivas provincias, demostró que no todo está perdido. Que restan márgenes de dignidad, reflexión y coraje. Que no todo es corruptible y se puede ver el inicio de una nueva oportunidad. La decisión en contra de las pretensiones absolutistas del oficialismo ?enceguecido por su necesidad de caja? no puso en riesgo a las instituciones de la República, sino que las ha fortalecido. Ahora se respira un poco más de confianza ciudadana hacia los representantes que hasta la madrugada del jueves se caracterizaban por no representar debidamente a sus electores. Era obvio. Además, recién se pusieron a deliberar cuando la Presidenta, como maestra de escuela, les ordenó: ?Chicos, tengo una tarea para ustedes?. Antes no cumplían con ese deber, porque se habían quedado sin atribuciones al transferirlas al jefe de Gabinete. Es de confiar que pronto acaben con la vergüenza de permitir que el Ejecutivo ejerza funciones que sólo le corresponden al Parlamento.

Tenemos una nueva oportunidad. La Argentina es pródiga en oportunidades, pero la sociedad y sus dirigencias se obstinan en perderlas. No debemos perder ésta. La Presidenta y el vicepresidente deben seguir en sus puestos hasta el final del mandato que ordena la Carta Magna. Los representantes legislativos deben poner las barbas en remojo y enterarse de su misión, su fuerza, y ejercitarlas a pleno; ocupar espacios en la prensa; hacer sentir su gravitación. Los políticos deben enterrar sus temores, sus cálculos mezquinos y sus nauseosas obsecuencias. La Justicia tiene que hacer ver su carácter independiente con hechos de elocuencia sonora. La sociedad debe tranquilizarse y aplicarse a producir, sin dejar de presionar a sus representantes elegidos para que hagan en los ámbitos institucionales todo aquello que no se debe hacer en las calles, los caminos y las plazas. La Argentina tiene recursos naturales y humanos de carácter excepcional. Deben encolumnarse tras políticas de Estado serias, no tras ambiciones de poder mezquino y miope.

Por fin, la Presidenta tiene que optar entre su actual modelo soberbio, autista y suicida, y uno triunfal, que convoque a la confluencia de inteligencias y voluntades, sin falsas sonrisas ni oxidado rencor.
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