LA TORRE DE LAS HORAS
Los gestos de ZP
Zapatero necesitaba algún guiño progre hacia los sectores más sensibles con la inmigración
Pilar Rahola
O Zapatero es un estratega tan fino que escapa a la escasa sutileza de los simples terrenales o un titiritero que improvisa con la suerte de los jugadores de póquer. En cualquier caso su política exterior adolece de estrategia, tanto como excede de gestualidad populista.
Los dos últimos episodios de política internacional que ha protagonizado obligan a pensar en una incapacidad grave para dibujar una política propia, rigurosa en las formas, comprometida en los fondos y precisa en los objetivos. Pero en cambio, obligan también a reconocer que ZP es muy hábil en el manejo de las fotos y que, si no tiene un máster en geopolítica, lo tiene, sin duda, en dominio mediático.
Véanse sus dos últimos gestos internacionales: por un lado, la renovada amistad con un Hugo Chávez en caída libre, justo después del escándalo del informe de la Interpol, que lo implica en la financiación de las FARC; por el otro, los inusitados exabruptos contra la política italiana de inmigración, que ha provocado una ruidosa polémica en el cercano país.
Es decir, en la misma semana, Zapatero ha enviado dos mensajes en una doble -y coincidente- dirección: recuperar la relación con el gurú de la extrema izquierda sudamericana y dar de palos al gurú de la derecha europea más extrema. Dos mensajes, pues, que tranquilizarán los ánimos de la progresía más pendiente de la pureza ideológica del presidente. ¿Es una casualidad, fruto de la improvisación de maese Moratinos? ¿O estamos ante una peculiar planificación estratégica?
En el caso italiano, la cuestión parece coyuntural. En pleno proceso de radicalización de la política inmigratoria del gobierno, y con la llegada de Celestino Corbacho al ministerio, (que tiene razonables ideas sobre la materia), Zapatero necesitaba algún guiño progre hacia los sectores más sensibles con la inmigración. Y Berlusconi se lo ha puesto en bandeja, no en vano il Cavaliere gasta el trazo grueso en materia de libertades individuales.
Desde luego, lo que está ocurriendo en Italia con los ciudadanos rumanos se parece, de forma preocupante, a una demonización generalizada de la inmigración, muy propia de los populismos demagógicos. Pero el encono con que miembros del gobierno español han atacado al ministro italiano tiene poco que ver con la diplomacia internacional, y mucho con la política interna.
Si Berlusconi es el objeto preferido de los dardos de la izquierda europea ¿quién mejor que el presidente de Italia para limpiar la cara al presidente de España, justo cuando quiere hacer una política inmigratoria severa? Mientras Zapatero se preocupa de Italia, los centros de inmigrantes están absolutamente colapsados.
Además, la inmigración ilegal campa por sus anchas, los recursos policiales son tan escasos como los sociales y los ayuntamientos se ven incapaces de asumir la oleada humana que ha llegado. Es evidente que Zapatero no puede dar lecciones sobre inmigración. Pero dárselas a Berlusconi va bien para el cutis de la izquierda.
Al otro lado, la delirante relación con Chávez. Moisés Naím hacía, este fin de semana, una magnífica comparativa entre Chávez y Lula. Mientras uno gasta en estrategia militar, el otro lo hace en estrategia económica. Mientras la Interpol pone en evidencia a Chávez, Standard & Poor´s felicita a Brasil por su magnífico clima inversor. Mientras Chávez vocifera contra Mister Danger, Lula pasa el fin de semana en Camp David. Y así hasta el infinito.
Es evidente que Chávez no es ningún referente para una izquierda sensata y que sus desvaríos son uno de los más graves problemas de toda Latinoamérica. ¿Necesitaba Zapatero evidenciar tantas ganas de estrechar lazos con el sátrapa venezolano? ¿Necesitaba darle ese balón de oxígeno? Para nada, pero los caminos de Zapatero, en política internacional, se miden en términos de populismo interior. Y darle una mano a Chávez y una colleja a Berlusconi entra en el manual de Mafalda. ¿Política internacional? Más bien, spot publicitario.
Fuente LA VANGUARDIA Barcelona
martes, 20 de mayo de 2008
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