jueves, 4 de octubre de 2007
POR LA PARTICION DEL LIBANO
Una realidad ineludible
Por la partición del Líbano
En el Líbano hemos esperado un siglo a la actual unidad y convivencia entre cristianos, sunníes y drusos. No podemos esperar otro siglo de guerras y tribulaciones. Debemos continuar con nuestro sueño de construir una verdadera Nación, en paz, libertad y democracia, aun con dimensiones territoriales más pequeñas y sin los chiítas
Por George Chaya
Al mismo tiempo que muchos en Washington y la ONU hablan de dividir Irak, hay otro país que pone sus barbas a remojar: el Líbano. Evidenciar la hipocresía actual de Naciones Unidas en el Líbano resolvería su ineptitud permanente y la debilidad de la sociedad política libanesa. Pero, ¿y Washington? La partición del Líbano es una alternativa viable a considerar frente al actual caos, por los siguientes aspectos;
Tras 30 años de ocupación y adoctrinamiento sirio-iraní, los chiítas libaneses se ven catapultados al pasado, identidad virtualmente borrada, y reinventados a peor como devotos pro-iraníes. Miles de chiítas han cortado lazos con la economía, la cultura y el gobierno central libanés. Mientras el resto de los ciudadanos, todavía - y como pueden - forman una mayoría que mantiene viva su idiosincrasia y sus deseos de ser libaneses, Hezbolá persigue sus deseos de crear un estado islámico desde el que librar sus estériles guerras contra quien desee sin sentirse presionado por nadie. No es posible forzar ni convencer a la muchedumbre y a los seguidores de Hezbolá de que muestren o acepten una “falsa lealtad” al Líbano, y al mismo tiempo es injusto que se imponga a todos los libaneses un gobierno de la sharia con el que no estamos dispuestos a convivir. Si quieren irse, que se vayan.
A mi juicio, la doctrina norteamericana de “tierra por paz” no lleva a ninguna parte en el Líbano tampoco, y Hezbolá controla “de facto” el territorio desde el Líbano meridional hasta el sur del río Litani y más, casi todo el sur del país: ¿qué más territorio quiere presuntamente?
Por otra parte, con la creación del Hezbolastán se satisface no sólo a los chiítas, sino a Siria -- con la ventaja de que tanto la ONU como Occidente se ahorran el ridículo de los últimos años en sus “negociaciones” con el régimen anexionista de Damasco. El régimen baazista habrá ganado ante la inocultable incapacidad e incompetencia de los países defensores de las democracias, y dispondrá de equilibrio e influencia oficial en territorio libanés para continuar sus guerras a distancia. Irán también estará satisfecho, pues formaliza su colonización del Líbano (entendido como Hezbolastán + resto), y continuará su apoyo al ejército revolucionario islámico de Hezbolá (que utiliza abiertamente para desviar la atención de la bomba nuclear).
Israel debería recibir positivamente esta división puesto que la presencia del nuevo estado libre del Líbano significará acuerdos de paz y comercio, y la presencia de un estado chi’ita radical dirigido por Hezbolá significa la justificación oficial para no replegarse de los Altos del Golán ni las Granjas de Shebba. Si algún país europeo pide repliegue, no tiene más que enviar sus tropas contra Hezbolá.
La comunidad internacional por su parte se beneficiará de la estabilidad de una buena parte del Líbano y sepulta así su vergüenza -- habida cuenta de su ineptitud en el cumplimiento de sus obligaciones transnacionales.
La lección de Irak es sin duda un mensaje inequívoco: es mejor confiar en un estado más pequeño, firmemente aliado, un estado étnico o ideológico homogéneo y afín, antes que en un gobierno central débil con un teórico control sobre la totalidad del país, pero con eficacia limitada en cuanto al control de su territorio y los grupos étnicos y religiosos que lo componen.
La alternativa a un estado libanés federal como opción para evitar la partición es también inalcanzable. Tiempo atrás pudo serlo, pero no hoy, puesto que un estado federal asume un acuerdo de mínimos en materia de defensa y preservación de su gobierno central, lo mismo para sus políticas nacionales, internacionales, sociales y económicas. El desacuerdo sobre todos estos aspectos es insalvable en nuestros días en el Líbano.
Sin embargo, no es ninguna catástrofe hablar de la partición del Líbano, aun ante los hipócritas que puedan rasgarse las vestiduras y chillen histéricamente (los mismos que callaron en toda su miserable existencia los horrores de la ocupación siria y los crímenes islamistas). No tienen autoridad moral.
No soy neutral ni modesto en esta materia. He sido un ferviente defensor de la doctrina yugoslava “de los 10.452 Km2”, algo que en el escenario actual no tiene sustento. La anterior Yugoslavia funciona mejor hoy dividida que cuando el mariscal Tito forzaba durante años su ficticia unidad.
Tampoco procede la discusión acerca de que el Líbano es demasiado pequeño para ser dividido. Luxemburgo, un estado del tamaño del Líbano, es próspero y sus ciudadanos viven en paz. Hong Kong prosperó desde su minúscula posición. Chipre - griego - lo está haciendo absolutamente bien a pesar de su división. Podemos hacerlo también. Es preferible que “la espada excave la tierra y no la garganta” (dicho libanés).
El nuevo estado-califato de Hezbolá acabará igual que Gaza, como paria y sin ley, ofreciendo vidas miserables a sus súbditos, o como el Chipre turco, reconocido por nadie en el mundo aparte de dos países del eje del mal.
Los únicos perdedores serían los ciudadanos libaneses cuyos hogares caerían del lado incorrecto de una nueva frontera, y ellos deben ser ayudados y subvencionados para reacomodarse dentro del estado libre del Líbano si así lo desearan. La partición se debe hacer de una manera pacífica, como se hizo en Checoslovaquia; la separación no necesariamente debe ser violenta ni traumática, y la oportunidad es ya.
La partición del Líbano ya es una realidad que aguarda, y necesita simplemente, ser reconocida por Naciones Unidas; la pregonada “unidad nacional” es una gran farsa plagada de hipocresía y no tiene ningún futuro mas allá de una confrontación cruenta. Hezbolá ha erigido su propio estado y desde 1982 mantiene su ejército independiente, su propia economía, su propia política exterior, maneja sus servicios sociales con el alto nivel de populismo y asistencia del dinero iraní, y no paga impuestos a (aunque sí consume los servicios prestados por) el gobierno central. Recientemente ha comenzado a crear su propia red de fibra óptica. Nuestro ejército parece indeciso, o poco dispuesto a desarmarlo. Israel no supo derrotarlo, y el mundo es incapaz de hacerlo, por lo menos en esta etapa. Parece como una solución razonable para nosotros los libaneses aceptar “oficialmente” y llevar a cabo nuestra desconexión de Hezbolá.
Quizá en dos o tres generaciones podamos dialogar y celebrar negociaciones para la reunificación, o tal vez nunca más volvamos a unirnos. Ese no es el problema hoy.
En el Líbano hemos esperado un siglo a la actual unidad y convivencia entre cristianos, sunníes y drusos. No podemos esperar otro siglo de guerras y tribulaciones. Debemos continuar con nuestro sueño de construir una verdadera Nación, en paz, libertad y democracia, aun con dimensiones territoriales más pequeñas y sin ellos. Definitivamente Washington ha dado con algo aquí.
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