jueves, 26 de julio de 2007

PENSAR

PENSAR
Ileana Stofenmacher


Pensar afecta la totalidad de los sentidos. Es un sumergirse en la propia incapacidad de ver aquello que se burla de nuestra razón, zigzagueando en una huida permanente y sutil hacia recovecos inhallables del universo. Pensar incomoda el espíritu sacudiendo el polvo arenoso, resto material de lo más arcaico de nuestras creencias. En un primer movimiento de la materia orgánica, pensar incomoda al cuerpo, oprime el pecho y la anatomía es recorrida por una energía fugaz que revierte la cerrazón del pecho abriendo el alma a lo infrecuente. En un segundo movimiento de las partículas vitales, el cuerpo vibra de nuevas verdades a descubrir, la piel tiembla de milagro de descubrimiento del detalle más único. Los sentidos piensan en un acople orquestal siendo ellos mismos la mismidad del pensamiento. No se piensa la verdad con la razón ni la razón viabiliza la verdad de lo existente. La razón es una carcajada terrorífica lanzada por lo más oscuro del componente humano que resiste cínicamente a la dificultad de sentir el mundo en toda su potencia inclasificable. Y esa risotada fatal provoca un casi invisible giro hacia lo que no es, obnubilando la visión diáfana pero utópica de todo lo que es. Lo que es, no es razón estabilizada sino naturaleza mutante y permanente en el mismo giro eterno de los astros incomunicables.

Pensar estremece el espíritu de un modo confundible con el estremecimiento causado por el enamoramiento. En esa sacudida intermitente de alma y cuerpo, la savia vital de aquello esencial que somos, fluye a borbotones siguiendo el camino trazado por nuestra propia capacidad de ser. Y en ese fluir de los líquidos orgánicos y mentales, eso que somos se ensancha al tiempo que el pensamiento toma forma. Una forma precaria y móvil que se define por su constante movimiento y ebullición. Su elasticidad creciente permite al ser mirar a su propio centro y en un esfuerzo lúgubre pero vital, aspirar una bocanada de muerte vida que empuja nuestros límites humanos con extrema dificultad pero con apasionada voluntad hacia aquello divino que podemos ser (que somos sin saber que lo somos).

Pensar no es natural. Soy en el pensamiento y no hay fuera de él porque pienso con cada partícula de mi cuerpo de mujer joven pero macerada. Y si mi cuerpo y mi mente existen en la dimensión del pensamiento vital, aunque no me concientice de este hecho, no puedo más que ser una mujer pensante por el solo hecho de existir. Y en esta afirmación, transito en una aparente paradoja del fluir de mi pensamiento en su traducción lógica escritural. He enunciado que existir es pensar pero que pensar no es natural. Quizás no haya contradicción en estas tramposas frases, quizás todo se limita a entender que existir no me es natural, por tanto, cuando pienso/ existo ejercito la voluntad de trascender el cúmulo de vida en potencia que soy, para estallar y en un aspirar la totalidad del oxígeno circundante, exhalar la vida que soy convirtiéndome en cada aspiración/ expiración en lo máximo de mi misma a cada instante. Existir me exige trasmutar la arenilla fina y escurridiza que soy en tanto potencia de mujer existiendo, en la especificidad de la mujer que logro ser en cada hálito de vida.

Pensar duele como el estallar de finos y agudos cristales dentro de la delicada caja que es mi anatomía. Una llovizna rala y oblicua serpentea mi cabeza invitándome a recordar la pequeñez de mi existencia. Un cuerpo doloroso de tanto amor maduro por estallar. Un alma morada de asfixia de deseo insensato ahogado desde tiempos inmemoriales. Infiernos amorosos, gozosos y danzantes aprehenden –a escondidas- el secreto de la existencia sin develarlo jamás. Infiernos danzarines animan en mi garganta que recibe aterrada el presentimiento del tormento por venir. Estos mares de tristeza de profundidad insondables, me ahogan en los misterios de mi precaria existencia.

Pensar permite levitar sobre el núcleo mismo de la absurdidad de todo lo que es. En la construcción firme y segura de ciertas verdades en apariencia eternas y inamovibles – excluidas de la necesidad de ser contrastadas- reside el átomo fundante de lo absurdo del instante-hoy. Escapando del dolor intenso de vivir cada momento en su plenitud vital que es muerte incrustada en la vida y, viceversa. Aliento entrecortado, miedo a la intensidad cúlmine de la vida fluyendo imparablemente. ¿Acaso existe alguna ínfima chance de apresar el instante ahora, el aquí, y de congelarlo en un presente perpetuo? Yo ansío retener la magia de lo que existe, y lo logro en cada bocanada de oxígeno que inhalo entrecortadamente para luego exhalar en un grito descarnado. Ese aire preciso y efímero me habla de lo que fui, de lo que soy como mujer vibrando de vida en su biología animal. ¿Porque el instante es ya, es hoy pero es lejanía de un presente ayer? Captar la esencia de las cosas implica un movimiento íntegro y totalizador a través de su espesura. ¿Cómo se aprehende el misterio de existir que emerge de la sinfonía perpetua esconden las cosas?
Ileana Stofenmacher es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires, tiene la Maestría en Comunicación y Cultura en la Facultad de Ciencias Sociales de la U.B.A. Se desempeña como docente en la asignatura Teorías y Prácticas de la Comunicación I en dicha casa de estudios y en la Facultad de arquitectura y Urbanismo.

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